miércoles, 26 de mayo de 2010

Futbol, futbol, futbol...

Parece que no hay otro tema del que hablar, desde hace unas semanas: El mundial.

Uno de los ejemplos más relevantes de que la globalización llegó para quedarse...
Ante el fenómeno del fútbol (según Eduardo Galeano, el fenómeno sociológico más importante del siglo veinte) no hay sistema político, religioso o cultural que se resista.

Es un hecho que los países conocen la importancia de ser participes de un evento que mas allá de lo deportivo, que aglutina esperanzas, que exacerba el nacionalismo y genera pasiones como pocos.

Un gol pudiera calificarse como uno de los pocos orgasmos colectivos que existen. Tal es su importancia en el equilibrio (y a veces desequilibrio) emocional de los pueblos. Es ahí donde, brevemente, los convencionalismos y las diferencias desaparecen y todos somos uno.

Cuando ganamos, somos nación, pueblo, estirpe, raza.

Cuando perdemos, nos volvemos algo amorfo, a veces insípido, una sensación que en el día a día nos embarga.

Por eso hacemos lo imposible por ganar, o al menos empatar... (contradicción filosófica que solo el fútbol ofrece).

Lloramos por el futbol, reímos gracias a él y en definitiva, nos da la sensación de plenitud, de felicidad, cuando esa copa, como sea que se llame; la sentimos propia.

La sencillez reglamentaria del fútbol es una de sus herramientas de atracción más eficaz para atraer a las masas, constituyéndose al mismo tiempo en el más democrático de los deportes.

Por eso, todos lo vemos (aunque algunos no lo entiendan), lo sentimos como parte de nuestro ADN y como válvula de escape ante la cotidianeidad, donde muchas veces perdemos, pocas ganamos y créanme: Nunca empatamos.

Fútbol, fútbol, fútbol... ¿Hasta cuándo? Hasta siempre.